Cuando una nueva vida llega a la tuya y te convierte en mamá, o en papá, es un acontecimiento maravilloso, pleno de magia, de pasión, de amor real. Todo está por venir, y el futuro se ve cargado de ilusión. Es un amor inexplicable que desborda a los más racionales, a los más estructurados.
Es cierto que puede atravesarte la ansiedad, pero también encontrarás un mundo atravesado por el asombro, con la expectativa de cada gesto que florece con cada día. Te sentirás feliz, agradecido, capaz de afrontar todos los obstáculos, responsable y con muchos desafíos a los que querrás responder de la mejor manera.
Existe un camino que produce calma, al menos es mi experiencia, y es el de aprender para educar, crecer junto con tus hijos y poder entregarle cada día tu mejor versión, o al menos tu pequeña batalla por dar lo mejor.
Es cierto que criar hijos puede acarrear preocupaciones, incertidumbre, inquietudes, preguntas con pocas respuestas, pero son más los regalos y las bondades que los avatares. Quién haya experimentado ese camino lo sabe y volvería a recorrerlo una y mil veces con cada hijo, con cada hija porque cada uno de ellos ofrece un sendero nuevo cargado de expectativas plenas de ternura.